“Contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros”
Marcel Duchamp.
Partiendo de una necesidad local y actualizada que se refleja en el acto de recoger y acumular el agua, comenzamos a pensar en el objeto más utilizado en cada hogar para llevar a cabo esta tarea. Es así como el balde (o tobo, como también es conocido en nuestras regiones) acaparó el primer lugar entre las herramientas más utilizadas para atesorar el preciado líquido.
El balde se convirtió entonces en el ente que pasó a transformarse en soporte para la creación y la manifestación artística de este proyecto. Todas las casas tienen, al menos, un balde para limpiar los pisos, para remojar la ropa o como simple contenedor que almacena el agua. Un objeto tan cotidiano merecía, para esta ocasión, un protagonismo notable para el juego de la reelaboración del arte. ¿Será que Duchamp, de haber nacido en nuestra tierra y en esta época, habría convertido al balde en otra “fuente” de veneración museística?
Pero existía un aspecto relevante que no podíamos dejar a un lado, la utilidad del objeto requería ser transformada si nuestra intención es sensibilizar al público desde lo estético. El balde necesitaba entonces "sufrir" una mutación esencial que conectara al espectador más con lo objetual que con el objeto propiamente dicho. Es por ello que la intervención plástica obligó a que este contenedor contuviera, valga la redundancia, algo que expresara inequívocamente esa abundancia y escasez del agua.
Por tal motivo se recurrió a un lenguaje plástico diferente para intervenir este objeto, un lenguaje que codifica y decodifica el tema a través del registro fotográfico. ¿Fotografía expuesta en baldes para recoger agua? así fue, al tomar el contenedor como soporte para las imágenes fotográficas que resaltara la idea del planteamiento curatorial.
Cada artista tuvo la oportunidad y la creativa labor de intervenir, con el medio fotográfico, uno o dos baldes (o tobos) para recoger agua. La libertad de sus intervenciones fue infinita, el hilo conductor fue el uso de lo fotográfico sobre el objeto. Al final, con cada resultado individual, se colocaron los contenedores a manera de instalación colectiva en el recinto arquitectónico —una cálida casa del sector de Santa Lucía, cedida generosamente por sus dueños a los organizadores de este evento— para que el público espectador transitara entre la diversidad de lecturas que los artistas participantes hicieron sobre el tema del agua. Las obras, o mejor dicho la instalación, se apropió del espacio buscando mimetizar su presumida presencia con el hogar que la acoge.
El carácter colectivo de la obra no va en detrimento de la individualidad creativa de cada artista participante, responde más bien a ese hecho comunitario de abordar una situación y resolver un problema en una acción equitativa y social.